
Los domingos suelen ser ese día vacío, que poco aliciente aporta ya al resto de la semana. Acarrean sinsabores, invitan a la desidia, a la reminiscencia del alma… También hay domingos que dan tregua, y te sacan de lo monocromático que resulta su prejuicio. Creedme, hay domingos que te dan un billete para soñar despierta. Porque verte sonreír más allá de un delirio en mitad de la noche, puede llegar a ser un buen regalo, sobretodo si es un domingo.
La cantidad de domingos que quise verte… y ahora, cuando volvemos a ser casi dos anónimos que cruzan palabras por cortesía, cuando cruzamos tímidas miradas que resbalan y no dicen nada; la vida me regala un domingo donde todo me resultaba tan familiar, como tu olor, o tu música... Todo evoca a las divagaciones que solíamos hacer aquel invierno.
Sigues teniendo esa forma de sentarte, de coger el vaso, y el inconfundible gesto del cigarro en tus labios. Así te seguía recordando. No me acostumbro a esta antonimia, tiempos muertos, yo tan cerca de ti y tú, tan lejos, como en todas esas estaciones que sólo te veía cuando no quería, en sueños. Prefiero mil veces pensarte así las tardes de domingo, que no en tu ausencia.
Y termino el día, con el agradable recuerdo que se forja al cerrar los ojos. Y despierto. Es lunes, todo asegura que no te veré. Lunes, insulso, y me duele la garganta. De gritarte en silencio todo lo que nunca te dije, lo que quiero y no puedo decirte.
Los lunes como hoy, se tiñen como un gris domingo, colmado de sinsabores, invitaciones a la desidia, la zozobra del recuerdo que no vuelve, y tu ausencia.