jueves, 3 de diciembre de 2009



Me gusta. El café, quiero decir. Sólo o con leche. Con, o sin hielo. Y poco de crema de whiskey… pero sin azúcar, por favor. Me gusta el tacto áspero, el sabor amargo… es como la vida. Nada como una taza en una cafetería de dos plantas, sentarse en lo más alto y meditar, observar, prorrogar el siguiente sorbo a la par que el cruce de palabras te lleva hasta la siguiente hora.

Me gusta el café, y su desvelo. Sobretodo esas noches que no quiero dormir, porque me acuerdo del frío noviembre, y el calor de diciembre. De tus brazos, tu sonrisa. No quiero volver a soñar que estás a mi lado, si despierto sola en el lado fresco de la almohada. Ni que de tu boca salga un te amo, si mañana volverás a ser el eterno desconocido que saluda por cortesía. No quiero verte vagando por la carretera si no me invitas a tu destino.

Café, arte de evitar los sueños irrevocables, compañero en el auspicio de que la noche se presenta larga. Café entre papeles, entre versos. Besos con café, o café con lágrimas. Aroma y tacto… placer banal de Dioses mortales, eso es café; vida, dulzura, amargura y muerte.

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